Por Gisela Sánchez y Federico Belén
La educación como fuente de conocimiento es dentro
de la cultura una forma de unificar a la sociedad y de otorgar igualdad de
oportunidades a la hora de desarrollarse en las diferentes actividades. Para
esto debe ser libre, pero los títulos, las licencias, las matrículas deben ser
aprobados por instituciones públicas, por medio de tesis o exámenes previos que
prueben la idoneidad de cada uno. Cuando hablamos de educación libre nos
referimos a que cada familia tiene el derecho a elegir la instrucción de sus
hijos desde distintos enfoques, ya sea laica o religiosa, privada o estatal.
Este debate sobre los tipos de educación viene de
muchos años atrás, cuando en 1882, durante la presidencia de Julio A. Roca, se
convocó en Argentina a un Congreso Pedagógico con el fin de elaborar una
descripción de la realidad educativa del país. Allí se platearon dos posturas
muy diferentes, la del ex presidente Domingo Sarmiento que proponía que la
misma sea laica, mientras que José Manuel Estrada, por su parte sostenía que
debía ser pública y religiosa, defendiendo al catolicismo. A pesar de los
debates, en 1884 se sanciona la Ley 1420 conocida como Ley Laica que dispuso
que la enseñanza debía ser obligatoria, gratuita y gradual, y aunque en los
horarios de clase no se dictaran materias religiosas, éstas podían ser vistas
de manera extracurricular. De todas maneras, con la ley, no disminuyó el poder
de la Iglesia Católica, que se mantuvo firme y opositora a las medidas
liberales de la Generación del ´80. Como dice Norma Paviglianiti, “creer, que
con pequeños retoques en la educación se podría cambiar la sociedad no es solo
una esperanza absurda, sino peor aún, una utopía”. Es decir, que a pesar de la
implementación de determinadas leyes, las reformas en la educación, deben ser
consensuadas por toda la sociedad para lograr un cambio. Al año siguiente, se
dicta la ley1597 o Ley Avellaneda, que modifica la organización de las
universidades, poniendo acento en la de Buenos Aires (UBA)por su peso político,
y cuestionando la autoridad de la de Córdoba hasta ese momento coordinada por
la Iglesia. Con esta ley se avecina la futura reforma de los claustros
académicos del año 1918, en la que se reestructuran las casas de altos
estudios, abriendo la educación a todas las clases sociales, más allá de su
origen.
Durante las presidencias fundadoras, las de
Bartolomé Mitre, Domingo Sarmiento y Nicolás Avellaneda, la educación fue una
política de estado, donde se priorizó su papel, buscando homogeneizar a la masa
poblacional, que presentaba grandes diferencias étnicas. Además en los
programas de estudio se incluyó la historia oficial, con la exaltación de
figuras ejemplares, símbolos patrios que unificaban el sentimiento patriótico.
Entonces “la propuesta tradicional tenía dos características básicas: la
cultura escolar reproducía el orden ideológicamente dominante pero, al mismo
tiempo, este orden representaba una modificación sustancial de las pautas y
contenidos de socialización utilizados por las instituciones particulares.”(Tedesco,
Juan Carlos). El Estado tenía un rol central en la organización nacional y lo
mantuvo durante mucho.
En la actualidad, los sectores privados tienen gran
participación en la creación de los planes de estudio, y no solo esto, sino que
también otorgan títulos habilitantes desde los institutos privados y muchas
veces más valorados que los estatales, puesto que incluyen más niveles de
idiomas, informática entre otras opciones. La propuesta de los privados es
preparar a los estudiantes con ciertos conocimientos que los posicionen bien en
la escena internacional, muchos de ellos con prevalencia de historia mundial,
inglés, computación dejando de lado cuestiones que los pensadores del 80 tenían
como prioridad como el respeto hacia los símbolos patrios, la historia argentina,
literatura latinoamericana. El Estado perdió su credibilidad y reputación en
tanto fuerza organizadora, de gestión, mientras que se reivindica el
individualismo en la toma de decisiones a tal punto que en muchos casos dentro
del imaginario social se considera a la educación privada superior a la pública
y muchas veces hasta como un gasto innecesario. Esto se relaciona por la falta
de políticas públicas en materia educativa y la falta de inversión en el sector
que llevó a los paros docentes, malestar social y escasez de las matrículas.
El Estado, entonces, debe reinvertir en educación
pública, utilizando los fondos que son dispuestos para subsidios a escuelas
privadas, en especial las católicas; fomentando la importancia del rol docente,
revalidando sus salarios, (y terminar así con los “docentes taxi”). Por
ejemplo, una de las falencias de las escuelas públicas que mejoraría el normal
desarrollo de las clases y el seguimiento de los alumnos, es la ausencia en
muchas instituciones de un Gabinete Psicopedagógico, con profesionales
capacitados para esa tarea.
“El Estado que dispone de medios para imponer e
inculcar principios durables de visión y de división conformes a su propia
estructura, es el lugar por excelencia de la concentración, y del ejercicio del
poder simbólico”, (Bourdieu, Pierre). Cuando nos referimos a los medios no solo
hablamos de lo material-económico sino también del capital cultural. El
problema central no es la falta de fondos del Estado sino una mala utilización y
administración de ellos. De esta manera el Estado volvería a tener un
protagonismo en la escena pública, reviviendo su importancia, su historicidad y
por ende su simbología. Por eso la propuesta es volver a valorizar lo público,
desde la educación, porque el trabajo debe comenzar por el aula.
Bibliografía
Paviglianiti, Norma. “Notas introductorias al marxismo clásico.
Concepción del Estado y la educación.
Bourdieu, Pierre. “Espíritu de Estado”
Rodríguez, Lidia. “Educación y construcción de lo común”
Tedesco, Juan Carlos. “La concepción de la educación en la historia
argentina previa a 1880.